Pupilas vacías.

Despierto, desmarañada, con cansancio en los ojos y el alma mojada. Las horas parecen diluirse en mis medicinas y mis lágrimas visten mis pupilas. 
Mis trastornos han despertado con disfraces de demonios, que rasguñan y se aferran en mi piel, con sus garras de ansiedad e insomnio. Me gritan al oído y suplican que no los deje ir a dormir. Los prefiero conmigo en esas noches donde tu ausencia esta marcada con oro. De mis lágrimas beben y se nutren, los veo cada día más fuertes, como pequeños infantes nutridos por el pecho bueno de su madre. Alimentados con lágrimas llenas de tristeza, soledad e insatisfacción, de heridas remarcadas por el transcurso de los años, que en ocasiones son guardadas en unas ojeras grandes y grises.Esas lágrimas han trasado su camino, con paciencia y esfuerzo. Con cada estrujazo en el corazón van emprendiendo su camino, por la misma línea, por la misma piel. Perseverantes han forjado su destino final a la nada, desde el inicio de mis lagrimales gastados hasta el final de mi barbilla.Caminos que se ven a los lejos y los psiquiatras llaman trastornos mentales. 
Intenté espantarlos con un poco de fé, a esa deidad omnipotente, poderosa y miscericordiosa, pero ellos son bastante fuertes, acabaron por remarcar más su camino pantanoso en mi cara cuando mis suplicas estuvieron lejos de ser oídas. Y ahí, sola, con dolor y desesperanza llegaron mis pequeños hijos, alimentandose de lo que mi cara arrojaba de forma constante, sin falla, una fuente inagotable de vida para ellos. Y yo solo estoy ahí, como la Madre, cumpliento un deber de sufrimiento. Cayendo en cuenta que mi agonía será eterna. Que la insatisfacción de mis días es mi condena. Que mis carencias es lo único se marca día con día. Y tu ausencia fue causada por todas ellas.

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