Crónicas de una ansiosa.
¿Has sentido como se te van los pies de
la tierra? ¿Haz mirado a los lados y solo vez una oscuridad que aterra hasta al
astronauta más entrenado? Bueno, entonces bienvenido a la locura.
Hormelia de 23 años de edad, cuenta con
más historias que narrar que García Márquez. En su cara se ve la semblanza del
cansancio por noches en vela, no por gusto, sino por la falta de apetito
onírico. “Siempre he tenido problemas para dormir, como desde la prepa”, jamás
creyó que desde ahí se empezaría a fermentar su salud mental, dejando el mejor
pulque de la demencia.
Se ve que su mente no coordina como las
demás, se observa desde su forma de caminar y su cabello más rebelde que un
grillero. Su vestimenta extraña, fuera de lo común hace que resalte entre las
personas de la ciudad (un tanto conservadora) de Morelia.
Pero, ¿cómo una persona llega a ese
punto? Es ahí cuando Hormelia empieza a dibujar toda su historia:
Todo empezó cuando las cosas en mi vida
se complicaron, no siempre fueron sencillas pero al menos lo podía manejar. Mi
psiquiatra dice que mi mente empieza a volar cuando las cosas se empiezan a
salir de mis manos, creo que es porque soy obsesiva-compulsiva.
Empecé a dejar de dormir… creo que fue
lo primero. Es una sensación extraña, porque sentía la pesadez en mis ojos, era como dos kilos de arena en mis párpados, pero por más que los cerraba no lo
lograba; y si llegaba alcanzar el sueño sentía una taquicardia y despertaba
asustada, como si hubiera tenido una pesadilla en 5 segundos. Era horrible.
Evidentemente mis jornadas de sueño poco
a poco se hacían más cortas… y atemorizantes. Empecé con cualquier tipo de
remedio para poder dormir, en serio, probé de todo, incluso con la marihuana.
Ni ella podía con tanto.
De ahí creo que cometí el error, que
hizo que resbalara más fácilmente; sé que las drogas son para divertirse y eso,
pero pues, creo que cuando uno solo duerme una hora y eso porque lloraste toda
la noche por la desesperación, evidentemente no es una buena combinación. Eso
lo digo ahora, meses después, pero en ese punto parecía una buena idea, porque
quizás me haría dormir. Y es ahí cuando las drogas sintéticas llegaron a mi
cuerpo.
Al
inicio cumplían con su función. Me iba de fiesta desde el viernes en la noche y
regresaba a mi casa el domingo en la noche, a veces hasta el lunes o martes.
Todo este tiempo sin la necesidad de dormir, comer o descansar. No te voy a
mentir, me hacían sentir que me podía comer al mundo de un bocado. Bailaba,
gritaba, moría de euforia con cada suspiro que me sacaban, que dormía
perfectamente durante casi el mes. Obvio, tenía que salir mínimo una vez al mes
para poder dormir tranquila, a veces con las taquicardias, pero como sabía que
después de ellas venía el sueño profundo, pues bienvenidas sean.
Era maravilloso, tenía trabajo, podía
dormir, vida social, un amor ocasional y sobre todo amigos que pocas veces se
encuentran en este tipo de ambientes, amigos de verdad. El problema fue cuando
todo lo demás se fue y solo quedaron mis amigos. Quizás hubieran sido
suficiente, pero cuando se cayó todo mi sueño desapareció. Eso jodió todo.
La falta de sueño regreso pero mis ganas
de drogarme no se habían ido, lo que fue un tobogán a la
neurosis. No me volví psicótica casi de milagro, pero créeme, ni a mi peor
enemigo le deseo que se vuelva loco.
Alguna vez mi hermano me dijo que la
gente del psiquiátrico era gente pendeja, que solo se iban a hacer weyes a ese
lugar. Pero te puedo decir a ti y a mi hermano que no es así.
-
¿Qué
sientes al volverte loco?
Creo que en cada persona es distinto,
tengo amigos que lo vivieron y a pesar de que los síntomas son semejantes,
varía en cada uno. Mientras uno de mis mejores amigos creía que Monsanto lo
perseguía por descubrir algún secreto de sus maíces transgénicos, yo sentía que
unos demonios me asechaban, que por la ventana alguien me vigilaba, camionetas
negras me seguían, etcétera.
Mi cerebro se lleno de úlceras simbólicas, generando un desperdicio mental, de los amores fallidos y las idealizaciones que jamás pudieron crearse. Que me lastimaban. Que me atormentaban antes de dormir con una taquicardia, viendo en lo profundo de mis sueños como se alejaban de mí.
Y es ahí cuando la mosca me visitaba.
Se volvió mi mejor amiga, me avisaba cuando algo me iba a acechar, me susurraba cuando un demonio me visitaba en mi ventana y me recordaba mis peores descuidos.
Decía que el problema era yo, y se reía de mí.
Y para despedirse se dividía y se volvía a unir, como si fuera necesario que señalarme que estaba loca, y cuando por fin creía que la atrapaba, desaparecía en mis manos.
Mi cerebro se lleno de úlceras simbólicas, generando un desperdicio mental, de los amores fallidos y las idealizaciones que jamás pudieron crearse. Que me lastimaban. Que me atormentaban antes de dormir con una taquicardia, viendo en lo profundo de mis sueños como se alejaban de mí.
Y es ahí cuando la mosca me visitaba.
Se volvió mi mejor amiga, me avisaba cuando algo me iba a acechar, me susurraba cuando un demonio me visitaba en mi ventana y me recordaba mis peores descuidos.
Decía que el problema era yo, y se reía de mí.
Y para despedirse se dividía y se volvía a unir, como si fuera necesario que señalarme que estaba loca, y cuando por fin creía que la atrapaba, desaparecía en mis manos.
Junto con la mosca llego el 2016, en un fin de semana de marzo;
justo por esas fechas había un acontecimiento astrológico, no estoy segura si
era una luna roja o un eclipse lunar. Creía que eran indicios de que el mundo
acabaría. Temerosa, le marque a una de mis mejores amigas para decirle que me
sentía como si viviera en una película de terror, el oscuro era más oscuro de
lo normal, con tintes de terror. Después le platique sobre los eventos lunares
de ese fin de semana a lo que ella contesto “sí, ya se va a acabar el mundo,
descansa bebé, me iré a dormir”. Yo moría de miedo, sentía que la vida me había
dado una señal para confirmar que lo que sentía no estaba en mi mente, sino que
era real (aunque sospechaba constantemente de mi salud mental). Justo unos
minutos después, otra de mis mejores amigas a la distancia, me marcaba para decirme que tenía una sensación
igual, que el amuleto de un amigo suyo se había roto y que tenía la sensación
de ser asechado, quizás era otro loquito como yo pero para mí no lo era, era la
alianza de la realidad con mi mente, mi cabeza en ese punto ya empezaba a
aletear.
Yo creía fielmente que el mundo
terminaría el lunes, y los días se hacían largos para esa fecha. Empecé a
alucinar, no propiamente con algún sonido o figura exacta, sino que veía
personas pasar de reojo e incluso veía “el aura” de las cosas, pero no era más
que mi mente pidiendo ayuda.
El sábado tenía agendada mi cita con mi
terapeuta, pedí verla antes pero se encontraba ocupada. Fue en la terapia donde
mi mente toco los lienzos de la locura. Lloré, le supliqué a mi analista que
hiciera que parara todo, que me diera una receta mágica para dormir, que me
dijera que el mundo no se iba a acabar y que todo estaría bien. Entre las
cortinas del consultorio, el escritorio y la puerta por fin se aparecieron
aquellos demonios que tanto me asechaban. Pero nunca me sentí más segura en mi
vida, porque ahora sabía contra quien luchar.
Mi analista a pesar de tener una
corriente psicoanalista, me refirió a un psiquiatra. Dijo que si él notaba que
no era necesario que tomara medicamento no me lo recetaría. La cita era el lunes,
el día del fin del mundo.
Moría el domingo, por el temor de que no
despertara y que mis sospechas fueran todas ciertas; realmente deseaba que me
dijeran que era yo y no el mundo el que se colapsaba.
Dormí esa noche 15 minutos.
El lunes, asistí a un consultorio
refinado, en las alturas de un edificio. Recuerdo que iba ese día de particular
humor, aunque los demonios me acompañaban y tenía un miedo constante de que
tuviera un accidente que impidiera que llegara a la cita. Pero llegue y recibí
el diagnóstico: trastorno obsesivo-compulsivo con delirios mágico-religiosos.
Tengo otros dos diagnósticos, pero prefiero ahorrármelos, al final son
resultados de la neurosis.
Por la noche tome mi medicamento, pero mi mente como siempre quería destruir mi nueva felicidad y si se podía a mi de paso, por lo que leí
mal la receta y tome casi 10 veces más alta la dosis prescrita para dormir. Lo
seguí tomando mal durante una semana. Quizás fue un acto fallido de la
depresión que me cargo desde hace unos años.
Seguí con el tratamiento, y pues ahora
estoy aquí, un tanto más lúcida. Cada que me asusto intento racionalizar mis
síntomas para así calmarme. Los demonios aparecen de vez en cuando cada que
estoy muy nerviosa, pero ahora finjo que no están ahí; las camionetas y aquel
que me asechaba por la ventada desaparecieron, y espero, que sea para jamás volver. La mosca ya no me susurra más, y hasta dejo de volar, solo viene a recordarme de vez en cuanto que todo puede salir mal. El aura de cada cosa regreso a su cuerpo y ya no creo que se acerque el fin de
los tiempos. Porque era yo y no el mundo el que colapsaba.
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